miércoles, 10 de agosto de 2011

Mi madre.

Esa madre. Sí, la que me grita, la que me insulta, la que me castiga. Todo lo hace porque me quiere, porque quiere lo mejor para mí. Realmente uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Es cierto, porque cuando se nos vaya una madre, esa madre que nos ha dado nuestro apoyo, esa que nos ha prestado su hombro cuando no podíamos desahogarnos ni con unas lágrimas, lloraremos. Pero no lloraremos como cuando de pequeños teníamos hambre, o cuando se nos perdía un globo. No. Lloraremos de verdad, como nunca. Realmente yo no quiero estar sin ella, sin sus besos y sin sus abrazos consoladores. No quiero estar ella, sin sus análisis de sangre, sin sus caries, sin sus ojos oscuros que reflejan ternura. No quiero esto para mí, es la que me ha enseñado a ser persona, me ha enseñado a hablar, a caminar, a leer, a disfrutar, a cantar, a bailar, a llorar, a gritar. Ella es la que me ha enseñado que no todo se puede tener, es la que me da todos mis caprichos, porque sabe que me hacen feliz. Es mi madre, esa que llora cuando se muere un ser querido, esa que no me lleva al cine, la que raramente me lleva de compras. Es mi madre, aún así, no la cambiaría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario